Tres Conejitos Rolean


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Mensaje por Wonder Bunny Lun Jul 26, 2010 12:51 am

Este es un fic que escribí sobre mi personaje de un juego de rol por foro, de temática Harry Potter xD Lo perdí como tres veces, y por fin, ayer lo volví a recuperar TwT Está narrado desde la perspectiva de una niña de dos años, es la única cosa que haya escrito en mi vida que vale la pena xD Como está un poco larguito, lo dividiré en dos posts =3

Sólo escribí un capítulo, y quizás en un futuro no muy lejano me anime a escribir más, cuando tenga inspiración e ideas buenas xD

Espero que les guste -w-


- Soră -
Capítulo 1 - Primera Parte


La niña pequeña caminaba torpemente por los pasillos de la enorme mansión. Tenía dos años pero aún le costaba un poco caminar sin tambalearse continuamente hacia los lados. La chica que siempre estaba con ella, le había dicho que iban a ver a mamá, y estaba sonriendo con los tiernos dientes de leche que había ido consiguiendo a lo largo de su corta vida.
Hacía mucho que no veía a mamá. De hecho no la veía casi nunca. Mamá era una persona ocupada, siempre estaba fuera de casa, igual que papá. Sólo algunas veces la veía entrar con sus amigos, y luego se los llevaba a su cuarto, seguramente a jugar. Ella también quería jugar, pero mamá nunca jugaba con la pequeña. Sólo jugaba aquella chica que siempre estaba con ella, pero lo hacía de mala gana, no se lo pasaba bien, al jugar nunca sonreía. Nadie sonreía en la casa de la niña.

Mamá estaba en el salón grande, aquel sitio donde no la dejaban jugar nunca. La chica cogió a la niña en brazos y se la mostró a su madre. Ambas, madre e hija se miraron mutuamente después de dos semanas sin verse. La pequeña estaba extrañada y mirando con curiosidad a su madre. Mamá tenía un bulto grande en la barriga… ¿Tendría algo escondido bajo el vestido? La niña soltó una de sus tiernas carcajadas mirando curiosa a aquel gran bulto, mientras que su madre sólo la miró como quien mira un cuadro, como intentando encontrar algún error en ella. Rápidamente se detuvo en los ojos de la niña, poniendo una leve mueca de disgusto, pero lo pasó por alto y se volvió a la criada.
-Espero que esté comiendo a sus horas. ¿Ha aprendido algunas palabras más? –preguntó severamente.
-Sí, señora, ya sabe formar algunas frases cortas.
-Perfecto. ¿No has encontrado ninguna solución para lo de los ojos? –preguntó volviendo a mirar con disgusto a su hija, pero sin establecer contacto con ella en ningún momento, a pesar de los intentos de la niña porque su madre la cogiese en brazos.
-No señora, todas las soluciones que hemos encontrados no son recomendables para las criaturas de tan tierna edad.
-Entiendo. Ya quedan pocos meses para el nuevo nacimiento, espero que te encargues de las dos como es debido. Si es necesario podremos ponerte una ayudante.
-Gracias, señora –tras el informe rutinario sobre el estado de la niña, la sirvienta volvió a ponerla en el suelo y la cogió de la mano para que no se cayese al caminar.
-Adiós mamá –balbuceó con esfuerzo la niña mientras abría y cerraba los dedos de su manita libre en señal de despedida.
-Adiós Eveline –dijo la madre sin siquiera mirarla.

¿Por qué mamá no juega conmigo? ¿Por qué mamá no me mira a los ojos? ¿Por qué cuando mamá me mira a los ojos pone la misma cara que Katrina cuando me cambia los pañales?
Katrina sentó a Eveline delante de un espejo para peinarla otra vez. La niña era tan traviesa y juguetona que enseguida se revolvía el pelo y las ropas.
Eveline se miró al espejo y soltó otra de sus muchas carcajadas. Katrina ya le había explicado que aquella niña que veía era ella misma, pero era gracioso ver cómo su reflejo repetía todos sus movimientos. Además le gustaban sus ojos. Eran uno verde y otro azul, de diferentes colores, colores muy vivos. Eran unos ojos divertidos y graciosos. Muchas veces Katrina se quedaba mirando e inspeccionando su ojo azul, pero nunca sabía por qué. A lo mejor a ella también le divertían. Eveline soltó otra carcajada.

A partir de aquel día, Eveline seguía viendo poco a su madre, pero aquel bulto de la barriga era cada vez más grande. Mamá parecía cada vez más torpe con eso ahí, y esto hacía mucha gracia a la risueña niña.

Papá era diferente. Desde hacía poco, papá estaba más con Eveline que mamá. Siempre llamaba a Katrina por esto, aquello y lo otro, y se ponía a hablar con ella como si estuviese muy nervioso. Luego cogía a la pequeña y le daba un beso en la frente, para después devolvérsela a su niñera y no volver a verla hasta días más tarde.

Cuando papá y mamá se encontraban, nunca se tocaban ni se reían juntos. Sólo empezaban a hablar seriamente, pero de una manera distinta a como hablaban con la niñera. No sabía por qué, pero cada vez que los veía así, Eveline se ponía tan triste que ni siquiera el Señor Oso podría hacerla sonreír. Después de un rato, papá y mamá empezaban a gritar y a discutir. Igual que cuando una de esas mujeres vestidas con delantal que estaban en su casa rompía un plato o una copa de cristal. Cuando eso sucedía no pasaba nada, pero cuando mamá y papá se ponían así, Katrina se llevaba la niña al cuarto de los juguetes, antes de que se pusiese a llorar, y la regañasen a ella por no saber cómo hacerle parar.
Pero últimamente, hasta las discusiones de papá y mamá eran diferentes. Primero no se hablaban ni se miraban, pero luego mamá hacía cualquier comentario y papá se irritaba. Se ponía de mal humor y entonces mamá también. Luego empezaban a gritar cada vez más alto, como si fuese un concurso, ¿cuál sería el premio? Y al final papá siempre terminaba señalando el bulto de la barriga de mamá, muy enfadado. Parece que a papá no le gusta aquel bulto… ¿entonces por qué mamá no se lo quita y ya está? Así papá no le gritaría… claro que parece que a mamá le gusta participar en estos concursos que dan tanto miedo.

Una noche Eveline se despertó de golpe. Había mucho ruido y movimiento en la casa. Pero ella estaba soñando algo tan bonito… ya no podía recordarlo, eso le daba mucha rabia. Lo siguiente que se escuchó en casa fueron sus llantos. Sin embargo nadie vino a por ella, ¿Dónde estaba Katrina? Siempre que hacía falta estaba ahí para atenderla, pero hoy no estaba.
Por el pasillo se escuchaban muchas voces y muchos pasos apresurados. Seguro que Katrina estaba allí. Eveline se bajó como pudo de la cama, y tambaleándose con los pies descalzos recorrió toda aquella inmensa habitación, hasta llegar a la rendija de luz donde estaba la puerta. La abrió un poco más de lo que estaba, pero pesaba mucho, y luego salió por ella gateando.
El pasillo estaba lleno de doncellas que iban y venían según las órdenes que les daban. Eveline se quedó delante de su puerta intentando divisar a Katrina, pero fue Katrina quien la divisó a ella. Asustada por la regañina que podía caerle, recogió a la niña del suelo inmediatamente y la metió de nuevo en el dormitorio. La puso dentro de la cama y la arropó concienzudamente, luego le dijo:
-Ahora es hora de dormir, y descansa mucho porque esta noche vas a tener una hermanita.
-¿Qué es una hermanita? –preguntó inocentemente la pequeña. Era una palabra rara y demasiado larga para ella… ¿se podría comer?
-Pues… -Katrina empezó a vacilar, buscando las palabras para explicarse- una hermanita es una niña… que… igual que tú es hija de tu padre y de tu madre. Es decir, que tenéis los mismos padres.
-¿Por qué tenemos los mismos padres?
-Porque tus padres querían tener más hijos, Eveline.
-¿Para qué?
-Pues… -entonces Katrina empezó a desesperarse por las preguntas de la niña- Para que no estés solita y tengas a alguien con quien jugar.
Entonces la mirada de Eveline se iluminó. Nunca había tenido a nadie para jugar más que Katrina, ¿sería divertido? ¿Jugarían las tres juntas a partir de ahora? ¿Y Katrina pretendía que Eveline se durmiese después de decirle eso?
-Tienes que dormir o mamá y papá se enfadarán –le recordó Katrina con las mismas palabras que todas las noches.
Eveline hinchó los mofletes con aire a modo de protesta; pero si mamá y papá siempre estaban enfadados, ¿Dónde estaba la diferencia?
-Quiero jugar –protestó Eveline.
-No es hora de jugar Eveline, ahora es hora de dormir –le recordó por enésima vez Katrina, intentando no perder la paciencia.
-Quiero jugar con hermanita. –volvió a protestar hinchando los mofletes.
Aquello provocó una ligera risa de la boca de Katrina. Aquella niña era tan pequeña e inocente…
-Eveline, tu hermanita aún no ha llegado, pero de todas formas aún no puedes jugar con ella.
-¿Por qué no? –dijo la niña triste.
-Porque cuando nacen las hermanitas son muy pequeñitas y frágiles. Tienes que cuidarla mucho para que crezca un poco, y entonces podrás jugar con ella, ¿lo has entendido?
-Sí… -murmuró la niña de mala gana. A ver cuantos días tardaba en crecer la hermanita para poder jugar. No había llegado aún y ya era esperar demasiado…
Tras esta pequeña charla, Katrina tuvo que leerle la mitad de los cuentos de Beedle el Bardo a la pequeña para que finalmente conciliase el sueño a las tres y media de la madrugada.
Media hora más tarde, la madre de Eveline alumbró a otra preciosa niña.

-Ahora no, Eveline –le dijo su madre fríamente.
-Pero quiero jugar con ella –protestó la niña.
-Aún es muy pequeña, todavía no puede jugar con nadie. Además estos días sólo puede estar conmigo.
-¿Por qué?
-Me necesita para que la alimente y crezca sana.
- … -la niña se quedó perpleja por unos segundos- ¿Por qué no me alimentas a mi también, mamá?
-Tú ya eres mayorcita para hacerlo sola –replicó la madre comenzando a perder la paciencia-. Además, sólo serán unas semanas. La próxima vez te la dejaré ver.
No era justo. Ella sólo quería conocer a su hermanita y preguntarle cuándo podrían jugar. Pero… ¿por qué mamá la alimentaba sólo a ella? ¿Por qué la hermanita podía estar durante días sola con mamá? ¿Por qué Eveline nunca estaba con ella y la hermanita sí? Finalmente los ojos de la niña comenzaron a inundarse de lágrimas, mientras su boca se contraía involuntariamente en una extraña mueca.
-Llévatela de aquí. No la vuelvas a traer a menos que te lo ordene –ordenó su madre, ya cansada, a Katrina.
Y una vez más, la sirvienta se llevó a la niña cogiéndola de la mano, sin saber cuándo volvería a ver a su madre, a pesar de vivir bajo el mismo techo.


Última edición por Shiroi_Neko el Lun Jul 26, 2010 12:55 am, editado 1 vez

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Mensaje por Wonder Bunny Lun Jul 26, 2010 12:54 am

- Soră -
Capítulo 1 - Segunda Parte


Pero lo más extraño durante aquellos días, fue el padre de Eveline.
Si Eveline no solía ver a su madre, a su padre lo veía contadas veces. Pero desde aquella noche en que Katrina le habló de su hermanita, el padre de Eveline iba a visitarla a su dormitorio todos los días. La observaba jugar, le daba una palmadita en la cabeza y después de las preguntas rutinarias se marchaba.
Eso era muy raro para la pequeña, pero le gustaba mucho. Papá siempre era más cariñoso que mamá. Nunca jugaba, pero iba a verla y con eso era suficiente. Eveline le mostraba todos los días un juguete nuevo, su padre le decía “¡Qué bonito!”, la niña sonreía y seguía con sus juegos. De vez en cuando, su padre le traía algún juguete nuevo para llenar más las estanterías. Las muñecas que le regalaba papá eran muy bonitas, pero nunca jugaban los dos juntos con ellas. Eveline nunca le preguntaba si quería jugar, no parecía que a papá le gustasen las muñecas. Seguro que le gustaban más los cuentos de Beedle el Bardo. Papá siempre se sentaba en la biblioteca a leer cuentos muy gordos y largos.
Por eso un día decidió enseñárselo. Estaban en el dormitorio de la niña. Papá estaba sentado en una butaca junto a la ventana mirando cómo Eveline peinaba a su muñeca favorita. Entonces la niña se levantó tambaleándose, y fue a su pequeña estantería. Con un esfuerzo sobrehumano para ella, alcanzó su libro de cuentos del Bardo y de la misma forma se fue junto a su padre y le tendió el libro.
-¿Qué traes ahí, Eveline? –preguntó el padre cogiendo el desgastado volumen.
-Cuentos –contestó la niña inocentemente, mientras observaba cómo su padre abría el libro y comenzaba a pasar lentamente algunas páginas, observando las detalladas ilustraciones -. ¿A papá le gustan los cuentos?
-Sí, me gustan mucho –contestó el padre.
-Pues entonces te lo presto. Katrina siempre me los lee antes de dormir. A lo mejor también se los puede leer a papá…
El padre de la niña se rió ante su inocente ternura y le acarició la cabecita.
-Gracias hija, seguro que me gustarán mucho, y cuando los termine de leer te lo devolveré.
-¡Vale! –dijo la niña contenta. Luego abrió el libro por una determinada página y le pidió a su padre- Lee este, papá, me gusta mucho.
-Está bien, te leeré un poco… -el padre comenzó a leer el cuento que le había pedido la pequeña. Cuando papá leía el cuento parecía diferente. Era más divertido. Katrina lo leía más seriamente… no hacía gestos divertidos como los de papá, ni decía las palabras de la misma forma.
Pero entonces alguien más entró en la habitación. Eran unos mayordomos que venían cargados con un montón de tablas y palos. Era como cuando hicieron aquella estantería nueva para los cuentos de Eveline. ¿Iban a hacer otra? Quizás así tendría más sitio para las nuevas muñecas que papá le había regalado…
-Discúlpenos señor –dijo uno de los mayordomos acercándose a donde estaban Eveline y papá-. La señora nos ha ordenado que montemos la cuna en la habitación de la señorita Eveline para que el bebé sea trasladado aquí, Katrina deberá hacerse cargo de las dos.
Al principio el padre de la niña no dijo nada, sólo cerró el libro de cuentos y se levantó de la butaca. Papá estaba muy serio, parecía como si estuviese enfadado. Eso daba un poco de miedo. Cuando papá se enfadaba con mamá le gritaba mucho, y aquello asustaba a Eveline. Justo como ahora.
-Dejemos los cuentos para otro día Eveline –dijo su padre. Dejó el libro en la estantería y se fue.
Pero Eveline supo en aquel momento que no habría otro día de cuentos.
Eveline se sentó en la butaca donde su padre había estado poco antes, cogió a su muñeca favorita y comenzó a cambiarle de vestido. Mientras tanto, los mayordomos estaban construyendo “aquello”, a base de toques de varita. No sabía como llamarlo, era una cosa muy extraña. Parecía una especie de jaula. ¿Le traerían una mascota?

Pero apenas una hora después ya la habían terminado de construir, y dentro de ella había una especie de cama pequeñita. Eveline conocía aquello. Era una cuna. Ella tenía una igual a aquella para sus muñecas. Pero era mucho más pequeñita. Aquella cuna debía ser para una muñeca más grande.
Luego los mayordomos se fueron, y Eveline quedó nuevamente sola. Se acercó con curiosidad a la cuna, pero apenas llegaba a mirar por encima de los barrotes de madera. No podría jugar con aquello, era demasiado grande para ella.
-Eveline, eso no es un juguete –oyó que decía Katrina desde la puerta. La niña se volvió para verla perpleja. Si estaba en su cuarto, y no era un juguete ¿entonces qué era? Entonces Katrina se acercaba a ella y fue cuando Eveline se dio cuenta de que llevaba un bulto en los brazos. Envuelto en una manta.
-¿Qué es eso? –dijo la pequeña intentando divisarlo desde su corta estatura. Pero Katrina no se lo mostró, sólo se agachó sobre la cuna y lo dejó dentro.- ¡Enséñamelo! -protestó la niña alzando la voz.
-¡Shh! –la sirvienta se llevó un dedo a los labios para hacerla callar y siguió acomodando aquel pequeño bulto en la cuna- Espera un momento, no seas impaciente.
Una vez hubo finalizado, cogió a la niña y la alzó en brazos para que pudiese ver lo que había allí dentro.

Y Eveline no necesitó que le explicase lo que era.
Vio al bebé, tan parecido y tan diferente a sus muñecas. Era rosadito. Tenía los ojos cerrados y respiraba muy despacito. Estaba dormida. En la cabeza tenía una pequeña mata de pelo negro azabache, fino y delicado como pelusilla. Su piel parecía lo más suave del mundo, y olía muy bien, no podría explicar a qué, sólo que le gustaba. Llevaba un pijama de color rosa, y estaba cuidadosamente envuelta entre las sábanas de seda de la cuna.

Eveline supo que aquella era su hermanita.

-Su nombre es Anya –le dijo Katrina tras unos instantes, divertida por la fascinación de la niña-. Y ahora es muy pequeña. Algún día llegará a ser como tú, pero para eso tienes que cuidarla y mimarla mucho –le explicó.

Y Eveline supo que sólo ella podía cuidar de Anya, y eso es lo que haría.
Para que nunca estuviese sola, y siempre tuviese a alguien con quien jugar y que le leyese cuentos.



Nota: Soră = hermanas (ruso)


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Mensaje por Wonder Bunny Vie Jul 30, 2010 5:48 am

Wiii~~!!! después de mucho, muchísimo tiempo, he hecho el capítulo 2!! 8D

Gracias a ti hermanita, eres un amor -w-
___________________________________________________________________________________

- Soră -
Capítulo 2 - Primera Parte

Era el cumpleaños de Meagan Lawrence, y Eveline y Anya debían asistir.
Meagan era una niña que cumplía 7 años, un año mayor que Eveline, y tal y como era normal, sus padres organizaban una gran fiesta para todos sus amigos y sus familias, y por supuesto, la familia Evans debía tener una mención de honor en las invitaciones.

Las órdenes de la Señora Evans eran concisas y breves: sus niñas debían ser las más preciosas de la fiesta. Por eso Katrina y otra doncella llamada Margery se pasaron dos horas con las niñas, preparándolas para estar absolutamente perfectas. Anya ya tenía cuatro años, y era la niña más adorable del mundo. Aunque hubiese ido en pijama, habría cautivado a todos con sus comentarios inocentes y sus contagiosas sonrisas, pero como no podía ser así, le pusieron uno de esos vestiditos que tanto le gustaban, de seda rosa con lacitos y capas vaporosas, totalmente nuevo. El precioso pelo ondulado se lo moldearon en tirabuzones y lo recogieron en dos coletitas. A su hermana mayor le dejaron el pelo suelto con un lazo de terciopelo en la cabeza, a conjunto con su vestido de satén blanco y azul, igual de hermoso que el de Anya. Vestir a Eveline era extremadamente sencillo, sin embargo Anya nunca estaba quieta.

Por último, Katrina sólo tenía que cambiar de color el ojo azul de Eveline.
La niña siempre se había preguntado por qué. Sus ojos eran hermosos, cada uno en su respectivo color. Eveline había aprendido hacía tiempo que el azul era el de la derecha, y el verde el de la izquierda. Una vez se atrevió a preguntarle a Katrina por qué a su madre no le gustaban sus ojos, si eran más divertidos que los de los demás. La niñera se incomodó ante la pregunta, pero finalmente respondió que era “porque no son normales”. Le dijo que a la gente no le solía gustar los ojos así y que hablarían mal de ella. Eveline no sabía exactamente a qué se refería Katrina con hablar mal, pero lo que sí le quedó claro, era que a su madre no le gustaban. Prefería que los dos ojos se viesen verdes, como los de su padre. En cambio, Anya tenía los ojos de un azul tan intenso que parecían de color violeta, y a ella no le obligaba a cambiárselos de color, a pesar de que no eran como los de mamá ni como los de papá. La niña también le preguntó eso a Katrina, y esa vez la niñera le explicó que a veces los colores se heredaban de los abuelos o los bisabuelos, o incluso personas más viejas. Y ya que ninguno de los abuelos y las abuelas de Eveline tenía los ojos de aquel color, pensó que Anya los habría heredado de un abuelo tan, tan viejo que no lo había conocido nunca.
Pero Eveline ya era mayorcita, así que se puso la lente de contacto verde ella sola.

La mansión de Meagan era muy grande. Pero no tanto como la de Eveline. Y Anya, en su pura inocencia de cuatro años de edad, no tardó en hacerlo notar.
-Es una casa pequeña –dijo mientras miraba el edificio desde el carruaje que los llevaba, tirado por caballos alados de color blanco-. La nuestra es mucho, mucho más grande.
-No digas eso Anya –se apresuró a decir Eveline-. Podrías molestar a la familia Lawrence.
-¿Por qué? Si es la verdad…
-Ya lo sé. Pero no está bien presumir de que tenemos más que ellos, ya que somos sus invitados. Podrían molestarse o ponerse tristes, y tú no quieres eso, ¿verdad?
-No… -dijo la pequeña con una mirada culpable.
Anya era una niña encantadora y amable hasta la saciedad, y en gran parte era gracias a su hermana, que le había hecho entender lo importante que era comportarse bien con los demás. Nunca había que repetirle las cosas demasiadas veces, y adoraba a su hermana mayor, así que le gustaba imitarla y parecerse a ella. Por eso cuando le llamaba la atención sobre algo, o le explicaba alguna cosa, la niña absorbía ese conocimiento como si de una esponja seca se tratase, porque no podría parecerse a Eveline si no era tan buena y calmada como ella.

Un par de mozos de los Lawrence ayudaron a bajar a la familia Evans del carruaje junto con sus regalos de cumpleaños, y su cochero se fue junto a los demás para abrevar a los caballos y aparcar el carruaje. Eran las cinco de la tarde, y seguramente no saldrían de allí hasta las nueve.
En el interior de la mansión, el mayordomo anunció su llegada al gran salón donde acontecía la fiesta, abarrotado de familias nobles.
-El Señor y la Señora Evans, y sus hijas Eveline y Anya –dijo con voz potente, llamando la atención de varios personajes. Sin embargo, tal y como era el protocolo, los primeros en acercarse fueron los señores Lawrence, para darles el debido recibimiento.
-Bienvenidos, señores –dijo alegremente el señor Lawrence, dando un apretón de manos al padre de Eveline, y llevándose la mano de su madre a los labios-. Es un placer recibirles, gracias por venir al cumpleaños de nuestra pequeña.
-El placer es todo nuestro, Lawrence –contestó cortésmente el padre de Eveline, con una sonrisa muy rara en la cara. No era el tipo de sonrisas que le dedicaba a ella.
-Y aquí tenemos a las preciosas señoritas Evans –dijo la señora Lawrence, mientras se agachaba-. Eveline querida, cada vez que te veo estás más bonita. Y Anya tiene un vestido encantador, parecéis dos princesitas.
-Gracias, señora Lawrence –dijeron las niñas casi al unísono, inclinando un poco la cabeza y sonriendo. Eveline tenía la misma sonrisa que su madre, ella le había enseñado que en ocasiones como ésa tenía que sonreír así, aunque no se estuviese divirtiendo. Al principio le dolían las mejillas, pero ya se había acostumbrado. En cambio Anya parecía realmente contenta.
-Hasta se comportan como princesitas, vuestros padres deben de estar encantados con vosotras –la señora Lawrence sonrió enternecida-. Id a jugar con Meg, no tenéis por qué aburriros con los adultos, pequeñas.
El padre de Eveline le dio una caricia en la cabeza y después se fue con el señor Lawrence, así como su madre se fue con la señora Lawrence. No hizo falta mucho tiempo para que estuviesen los dos rodeados por un corrillo de personas.

Eveline se preguntó quienes serían más aburridos, si los adultos o los niños.
Al igual que sus padres, Meg estaba rodeada de niñas. Los niños parecían aburrirse allí. Era una niña de pelo rubio pajizo, liso y corto, con la piel pálida, los ojos azules y muchas pecas, metida en un pomposo vestido rosa, y adornada con una pequeña tiara de plata, con algún que otro brillante decorativo. Sin duda le gustaban los cuentos de princesas. Llevaba una muñeca en las manos, y tras ella había decenas de paquetes exquisitamente envueltos. Cuando vio llegar a Eveline y a Anya, se acercó a saludarlas.
-Hola Eveline. Hola Anya –dijo alegremente, aunque sin saber por qué, a Eveline no le gustaba aquella niña, así que dejó que su hermana se encargase de los saludos, mientras ella sólo sonreía como su madre le enseñó.
-¡Hola Meagan! –dijo alegremente Anya-. ¡Qué tiara tan bonita tienes!
-Ya lo sé –contestó la niña con una sonrisa petulante-. Me la ha regalado mi mamá para ponérmela hoy, y el vestido también. ¿A que parezco una princesa? –Debía ser una pregunta retórica, porque no esperó a que nadie contestase- Y todos esos regalos también son para mí. A lo mejor podéis jugar con alguno cuando mi madre me deje abrirlos.
-Gracias –dijo simplemente Eveline, a pesar de que no sentía ninguna gratitud. La niña le caía mal, y no tenía ganas de jugar con ella ni con ninguno de sus juguetes. Pero su madre siempre decía que tenía que ser educada y encantadora. Que si alguien la molestaba, ella hiciese lo mismo, pero con discreción y elegancia. Pero ella todavía no sabía cómo hacer eso.
-Bueno, os dejaré alguna muñeca. Siempre me regalan muchas muñecas. Pero la vara no os la pienso dejar.
-¿Qué vara? –preguntó Anya.
-La vara voladora que me va a regalar vuestro padre. Mi mamá me lo dijo. Que como vuestro padre es una persona importante puede regalar todas las varas que quiera, ya que las fábricas son suyas, y que a los niños que empiezan a crecer siempre les regala alguna por su cumpleaños. Seguro que la mía es el último modelo que ha salido. Pero ese regalo es sólo para mí.
Ahora empezaba a entender cómo se hacía eso.
-Por supuesto Meagan –dijo con una sonrisa-. Esa vara es toda para ti, no te preocupes. Nosotras ya tenemos las nuestras, y no queremos que nadie te la estropee. La mía es especial, ¿sabes? Como sé volar muy bien, mi padre mandó diseñar la mía especialmente. Porque es una persona importante, ya sabes.
-Y a mí, papá me ha dicho que cuando sea mayor y vuele también como mi hermana, también me hará una.
Por la cara que puso Meagan, Eveline estaba segura de que se hacía así. Sin embargo la niña, pronto volvió a sonreír con petulancia.
-¿Queréis venir todas a mi cuarto de juegos? Voy a enseñaros mis muñecas, así podemos jugar antes de abrir los regalos nuevos.

Todas las niñas presentes siguieron a Meagan hasta el piso superior, y ella les guió hasta su cuarto de juegos. Era una estancia amplia y cuadrada, con algunos ventanales que la iluminaban. Fuera empezaba a atardecer. Meagan encendió las luces y les enseñó a todas su amplia colección de muñecas. Acomodadas en estanterías, en el suelo, en las mesas. Muñecas de todos los tamaños y materiales. De porcelana, de trapo, de plástico y de resina. Con vestidos de princesas de todos los colores. Con cuerpos de bebé, de niñas o de señoritas. También tenía más de una casa de muñecas, cunas, carritos de paseo… Al lado de las muñecas, la cantidad de peluches y otros juguetes era irrisoria.
-¿Qué os parecen? –preguntó la niña, orgullosa de su colección.
Por supuesto, todas las niñas empezaron a chillar, a corretear y a reír. Cada una escogió una muñeca. Algunas se quedaban embobadas mirando a las muñecas de porcelana, demasiado altas para que las pudiesen coger. Otras se habían puesto a buscar vestiditos y zapatos en los baúles, y pronto todas estaban jugando. Por supuesto, Anya estaba con ellas, pero Eveline, a pesar de estar a su lado, no había cogido ninguna todavía.
-La mía tiene un vestido más bonito que la tuya –dijo una.
-Pero la mía es más guapa –le contestó la otra.
-Yo a la mía le contaré cuentos –dijo una tercera.
-Pues yo le enseñaré a leerlos solita.
-Y la mía sabrá bailar mejor que nadie.
-Pero la mía va a ser una princesa.
-La mía canta mejor que tu princesa.
Así fue como empezaron a jugar, como si las muñecas fuesen reales. Eveline conocía el juego perfectamente, solía jugar con su hermana pequeña, pero nunca competían para ver qué muñeca era mejor o más bonita, ya que todas eran preciosas.
-Mira hermana, ésta se parece a ti –dijo Anya, dándole una muñeca de resina, de cabellos castaños y ojos verdes, con un bonito vestido del mismo color.
-Pues esa no es tan bonita como ésta –dijo enseguida Meagan alzando la muñeca que había llevado encima todo el tiempo-. Mi papá la encargó para que sea como yo. Es la muñeca más bonita del mundo.
Efectivamente, era muy parecida a la niña. Incluso le habían pintado las pecas, y llevaba vestidos como los suyos. Eveline volvió a mirar su muñeca, concretamente a sus ojos. No se parecía en nada a ella. Pero Anya era una niña pequeña, no podía esperar más.

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Mensaje por Wonder Bunny Vie Jul 30, 2010 5:50 am

- Soră -
Capítulo 2 - Segunda Parte

Poco después, llegó una doncella para decirles a las niñas que era la hora de abrir los regalos de cumpleaños de Meagan. Ésta se puso a chillar de alegría, y bajó casi corriendo, con su séquito de niñas estúpidas tras ella. Las muñecas se quedaron todas tiradas por el suelo.
Una vez en el salón, un mayordomo iba leyendo las tarjetas de los regalos para anunciar de quiénes venían. En total, Meagan recibió seis muñecas, veintitrés vestidos, una docena de libros de cuentos diferentes, trece peluches, y cuatro juegos mágicos distintos. Y por supuesto, una vara voladora para niñas de color rosa, el último modelo, cuyas alas parecían de mariposa.
Como cualquier señorita que se precie, Meagan sonrió y agradeció todos los regalos, y abrió uno a uno con la misma emoción. Las doncellas empezaron a llevar todos los juguetes al cuarto de juegos, todos los vestidos al vestidor de la niña, y todos los cuentos a la estantería de su dormitorio, mientras la niña soplaba las velas de la tarta. El momento en que se comía la tarta de cumpleaños era cuando los padres y los niños socializaban todos juntos, Eveline había estado en muchas fiestas como para no haberse aprendido el esquema de todas ellas. Su madre y varias mujeres estaban junto a ella y Anya, hablando de las niñas.
-Mi Anna es tan inteligente… Ya no hay libros de su edad que no haya leído. Temo que crezca demasiado pronto –dijo una.
-Yo en cambio lo que temo es el talento natural de mi Eveline para la música –contestó su madre-. Tan sólo tiene seis años y ya compone sus propias piezas.

Las niñas volvieron entre risas y saltitos al cuarto de los juguetes, para ver los peluches y las muñecas nuevas. Una vez allí, Meagan cogió una de ellas, una muñeca de plástico con un vestido campestre, que destacaba por su cabello rizado y corto de color naranja, y la tiró a un lado, con desprecio.
-Mi tía abuela siempre me hace regalos feos –dijo sin más.

Tal como había calculado Eveline, sobre las nueve de la noche ya salían de la mansión de los Lawrence para volver a casa, en su hermoso carruaje de caballos alados blancos. Los Lawrence les agradecieron la visita y el fabuloso regalo. Dijeron un par de cosas sobre unos papeles, que ella no comprendió, y se despidieron con grandes sonrisas. El viaje en cambio fue frío y silencioso. Eveline estaba acostumbrada, pero aún así no le agradaban aquellos silencios. Anya, sentada junto a su madre frente a Eveline, parecía igualmente incómoda, así que decidió darle conversación.
-¿Te lo has pasado bien, Anya? –sonrió.
-¡Sí! Meagan tiene muchas muñecas bonitas, ¿verdad hermana?
-Tú también tienes muchas…
-Pero no tengo tantas. Algún día tendré más muñecas que ella.
-Pero si tienes muchas no puedes jugar con todas.
-Bueno, pero serán más bonitas que la suyas. Como tu vara voladora, es mucho más bonita que la tuya, con esas alas de ángel.
-La tuya también es bonita, tiene halas de hada.
-Pero es muy lenta –se quejó la niña con un puchero.
-Eso es porque todavía no sabes volar bien con ella, Anya.
-Papá, si algún día vuelo tan bien como Eveline, ¿también tendré una vara así de bonita? –preguntó la niña con una sonrisa a su padre, sentado al lado de Eveline.
-Puede ser… -contestó únicamente el hombre, y después se dedicó a mirar distraídamente por la ventana. Por suerte, gracias a los caballos alados tardaron muy poco en llegar a su mansión.

Los mayordomos salieron a recibirles como era costumbre. Ayudaron a bajar a la señora y a las niñas, y después llevaron a los caballos al pequeño establo, y el carruaje a la cochera. Las doncellas se llevaron a las niñas a sus dormitorios. Ahora que Anya no precisaba tantos cuidados, tenía un cuarto para ella sola, en la otra ala de la mansión. Katrina baño a Eveline y le cambió de ropa. Cuando bajó al comedor pequeño, el que usaban cuando sólo cenaban los cuatro miembros de la familia, la cena ya estaba allí, y su padre también.
-¿Lo has pasado bien hoy, Evy? –le preguntó su padre, haciéndole señas para que se acercase a sentarse en su regazo.
-No mucho, papá. Meagan es muy antipática.
-¿Te ha molestado o algo? –preguntó el padre alzando una ceja. No era muy normal en Eveline quejarse de las personas.
-No, sólo que siempre presume de lo que tiene, y si los regalos no le gustan los tira.
-Bueno, no te preocupes por eso, la vara le gustó mucho.
-Eso es lo que me molesta papá. Anya no se quejaría por todo, se merece la vara mucho más que Meagan.
-Bueno… -comenzó un tanto incómodo el señor Evans. Pero no llegó a termiar la frase, pronto llegaron Anya y la señora Evans, y se dispusieron a cenar. En silencio.

Tras el postre, el padre de Eveline se levantó y se fue a hacer algo en la biblioteca, y la madre simplemente se retiró a su cuarto.
-Os habéis comportado bastante bien hoy –dijo la señora Evans, pero sin siquiera un atisbo de sonrisa-. Espero que sigáis así –dicho esto se fue a su dormitorio, sin siquiera darles las buenas noches, ni un gesto cariñoso.

Cuando Katrina dejó a Eveline en su cama y cerró la puerta, la niña se sintió como una muñeca, olvidada en un oscuro baúl, hasta que su madre quisiera volver a jugar con ella.

A la mañana siguiente desayunó sola con su hermana, como era costumbre, y después fue al estudio para que los profesores privados le diesen sus lecciones. Anya aún era pequeña para empezar las clases, pero siempre estaba allí con ella, dibujando en un papel o viendo los dibujos de algún libro de cuentos. Pero aquel día parecía triste, y estuvo casi todo el rato con el mismo libro, sin pasar la página.
Las clases duraron tres horas, y cuando acabó su trabajo, su maestro se fue de la estancia dejando a las niñas solas, que inmediatamente se fueron a la habitación de los juguetes. Pero Anya estaba muy ausente.
-¿Qué te pasa Anya? –preguntó Eveline por fin, al ver que los juegos no la animaban. Al principio Anya no quiso contestar, o quizás no encontraba las palabras adecuadas para hacerlo, pero finalmente habló.
-Hermana… -dijo con una mirada triste- Creo que he hecho algo malo.
-¿Qué hiciste?
Anya no dijo nada, sólo sacó de debajo del mantel una muñeca. De plástico con un vestido campestre, que destacaba por su cabello rizado y corto de color naranja.
-¿La has cogido sin permiso? –dijo Eveline sorprendida. Aquello no era nada normal en Anya. Además no estaba bien, debía regañarla.
-¡Es que me daba pena! –Se defendió la niña- La muñeca es bonita, pero Meagan no la quería, iba a tirarla a la basura… Y pensé que la muñeca estaría triste…
Eveline no supo qué decir en aquel momento, pero sintió una palpitación en el pecho. Sonrió y acarició cariñosamente a Anya en la cabeza.
-No te preocupes, no has hecho nada malo. Seguro que la muñeca está muy feliz de que la quieras.



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Ahora a ver si soy capaz de escribir el capítulo 3 algún día... xDDD

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